Democracia o autocracia

No puede haber democracia sin que se cultiven la libertad y la justicia por igual. Lo que se hizo en nombre de la derecha y la izquierda políticas fue dejar sin libertad en nombre de la justicia y sin justicia en nombre de la libertad. El resultado fue dictadura, despotismo y empobrecimiento general.

Todo depende del valor que se dé al ser humano. De si se cree que solo vale si nace o se sitúa en las alturas, o si se entiende que tiene espíritu y capacidad de creación, en cuyo caso habría que respetar en cada persona que viene al mundo ese potencial y hacer todo lo posible para que se cumpla. Las repercusiones son inmensas en lo que se entiende por educación, en la casa y en las instituciones docentes. El no creer en la importancia de cada ser humano hace que los hijos nazcan como posesiones de los padres y de las familias, y que no haya que cultivar la personalidad, el carácter y las facultades de cada uno, sino ahogarlos para que no estorben. Hay que domar a los jóvenes y entregarlos a los que mandan, y lo que quieren los que mandan es contar con rebaños de borregos que no sepan ni quieran pensar y acepten la jerarquía establecida. La dependencia y el infantilismo que se insertan en la sociedad propicia el abuso de los que gobiernan y que no haya ni libertad ni justicia. Se monta un sistema de idolatría en el que los ídolos, protegidos por una inmunidad infundada y poco inteligente, se vuelven cada vez más abusivos y tiránicos y solo llegan al poder los más hipócritas y santurrones, los tontos y los locos.

Que haya que conquistar la democracia y la libertad con tanto trabajo y que, para un paso que se dé hacia adelante, se obligue con cualquier disculpa a que se den dos hacia atrás,  muestra lo poco natural que resulta el predominio de la libertad y la justicia, y menos aún juntas. Lo que parece natural es el autoritarismo, la tiranía y la desigualdad innata, que unos nazcan superiores y otros inferiores. Eso es lo que se impuso desde tiempos inmemoriales y funciona de tal manera que el que nace o consigue ser superior cree que lo merece, o porque así lo decretaron los dioses o porque lo ganó en vidas pasadas o lo logró por mérito propio. Las rebeliones del pueblo siempre les parecieron absurdas a los señores, convencidos de su superioridad innata e indiscutible, y la rebelión de las mujeres siempre le pareció disparatada a los hombres, seguros de su primacía irrebatible.

El autoritarismo, que unos nazcan para mandar y otros para obedecer, parece natural porque es lo que cultivó en esa institución idólatra que, con la ayuda de los que manejaron creencias religiosas y filosóficas, se presentó como la familia ideal y querida por los dioses. La tiranía e injusticia de esa familia ideal se copió en todas las estructuras de la sociedad y así se insertó una idea de las relaciones políticas, sociales, económicas, amorosas, sexuales y amistosas basada en el poder y el abuso. Porque poder y abuso fue lo que se cultivó en la familia tradicional, centrada en la procreación automática y no en la creación, y en la que los hijos se hicieron para que sirviesen a las autoridades familiares primero y a todas las autoridades después. Eso hizo que los intentos de liberación política que hubo triunfasen solo a medias, y que se liberasen algunos pero no todos, porque nunca se llegó a cuestionar la manera en que llega el ser humano al mundo. Está todavía muy viva la creencia automática de que hay que hacer familias y tener hijos para contentar a los dioses, a las naciones, a la sociedad y a las autoridades familiares.

El papel de los padres en la familia tradicional es el de ser ídolos y enseñar sumisión y jerarquía. Los hijos nacen con una deuda que nunca podrán pagar y con el deber de amarlos, respetarlos, cuidarlos, adorarlos y venerarlos. El papel de ídolo lo tienen también las madres, cuyo deber en el sistema es deformar las emociones y los sentimientos de los hijos e impedirles la independencia.  Esa idolatría que se aprende en la familia se repite en toda la sociedad y hace que no pueda haber democracia. La manera en que se hacen las familias y los hijos es automática y autoritaria, y automática y autoritaria es la manera en que se hace la política y se maneja la economía. Y lo más notable es que se hayan usado religiones que prohíben la idolatría para fomentarla en la sociedad usando como base la familia.

Practicar la libertad y la justicia nunca será fácil y no se puede hacer sin crítica, debate y escrutinio constante, sin libertad de expresión y sin buena información, todo lo que se cercena en los sistemas autoritarios.  En la democracia tiene que haber libertad y justicia para todos y por eso no podrá haberla, más que en todo caso a medias, mientras la familia ahogue las facultades humanas y todo el sistema educativo refuerce la dependencia.

Leave a comment

Design a site like this with WordPress.com
Get started