El siglo veinte estuvo marcado por ideologías que, aunque seculares y ateas algunas de ellas, se vivieron como verdades de carácter absoluto y ¨religioso¨. Fueron catecismos que dictaron lo que estaba bien y lo que estaba mal y llevaron a la creencia de que toda transgresión de las verdades absolutas e indiscutibles que aseveraban merecía ser castigada. Los ¨buenos¨ tenían el derecho y el deber de ganar a los ¨malos¨ para así poder establecer la doctrina exacta y el paraíso terrenal. No había diálogo posible entre los distintos bandos porque todos se creían en posesión de la verdad y con derecho a imponerla. El resultado fueron guerras calientes y frías armadas y aprovechadas por elites políticas, religiosas, económicas y sociales que usaron los distintos dogmas y catecismos para hacer todas lo mismo: obtener poder y riqueza para ellas y vivir a cuenta de los demás. Nadie hubiera podido imaginar hacia mediados del siglo veinte, pasadas las dos guerras mundiales, que los países comunistas adoptarían el capitalismo y que los países capitalistas se parecerían cada vez más en el modo de funcionar a los países comunistas.
Las ideologías del siglo veinte fueron autoritarias y totalitarias, y el autoritarismo hace que nunca se analicen los problemas con intención de corregir los defectos. La ¨verdad¨ que se quiere imponer es perfecta y servirá para siempre. Si se gana y se impone, todas las piezas caerán en su sitio y todo funcionará bien sin que haya que hacer nada. La crítica, el escrutinio y el pensamiento son amenazas a la ¨verdad¨. Para el autoritarismo la gran enemiga es la libertad de pensamiento, de acción y de expresión y por eso la coarta con grandes ¨verdades¨ que no admiten discusión.
Aspirar a imponer la verdad y creer que con eso basta hace que se acumulen errores en vez de corregirlos y se pongan remiendos en vez de encontrar soluciones. Partir de un principio que pueda ser verdad no garantiza que se sepa cómo ponerlo en práctica. Poner en práctica principios buenos y verdaderos es tarea que siempre será difícil y que nunca acabará, porque lo que hoy puede parecer justo, mañana podrá parecer injusto, o porque las circunstancias serán otras, o porque habrá datos nuevos, o porque no se vieron los defectos del modo de pensar inicial.
Enero de 2015